Posteado por: Don Quejoso | May 30, 2010

Don Quejoso le Canta a Free

Permítanme contarles una historia:

Era una tarde calurosa de mayo, justo como la de hoy. Don Quejoso admiraba desde el balcón de su casa, chela en mano y con camiseta interior sin mangas, el camión de mudanzas que se estacionó justo enfrente de su casa.

-Ah, esto será interesante. -pensó- Nuevos vecinos. Ojalá que no salgan muy jodones o prepotentes como mi vecino del 4 ni tampoco tan naco como el del 3. Ese que cree que todos debemos escuchar a la arrolladora banda el limón con la misma adoración que él lo hace. Ese mismo que prefirió pagar más de 10 mil pesos por un componente de 10 bocinas y 2 subwoofers en lugar de liquidar su cuenta con el SIAPA. Al cabo que agua no le falta. Ni cable, porque se lo roba.

¿Cómo serán los nuevos vecinos? ¿de qué pata cojearán? ¿qué apariencia tendrán?

De pronto, saliendo de una camioneta blanca y dándole indicaciones al chofer del camión aparece una mujer de cabello negro, tez blanca y jeans ajustados. Perfectamente bien ajustados, se pudiera añadir. Esta mujer que le daba la vuelta a los cuarenta tenía una apariencia juvenil y renovada. Erguida, confidente y de nalga parada. Portaba una coleta que oscilaba con el viento como una bandera. Un pequeño tatuaje en el tobillo se asomó, pero Don Quejoso no pudo distinguir los detalles.

-¿Quién es ella? – Dijo el viejo con ojos que centelleaban como monedas de plata mientras hundía su cabeza sobre sus hombros. Atinó su mirada a los ojos castaños de aquella exquisitez femenina. Ese apetito que había estado en desuso por tanto tiempo se despertó con la imagen de esa mujer. La semilla que se sembró hacía 5 minutos germinó de manera inmediata. Parecía increíble que con tan sólo 30 segundos de haberla visto por primera vez despertara alguien tanto interés en él. Don Quejoso agradeció su suerte.

De pronto, saliendo de la parte posterior de la SUV salió un pequeño niño. 9, 10 años de edad. Pálido de piel. Amarillento. Traía una gorra que no dejaba ver muy bien su cara desde la posición en lo alto que tenía Don Quejoso, que desmenuzaba le escena como un francotirador.

El niño, abrazando unas revistas se detuvo súbitamente como si se sintiera observado y poco a poco levantó la mirada. Hasta que las miradas del viejo y el niño hicieron contacto. El niño hizo un aspaviento haciendo la cabeza para atrás en señal de sorpresa, pero no cortó la conexión.

Don Quejoso, extrañado, frunció el ceño dejando que sus pobladas cejas cubrieran casi la mitad sus ojos, giró su cabeza unos cuantos grados como lo hacen los lobos antes de arremeter a su presa. Al ver que el niño no cortó el vínculo de la mirada hizo su cara rápidamente hacia arriba y abajo revelando el guiño clásico del «¿qué pasó? ¿qué quieres?». La cara imberbe y de quijada pronunciada debido a la falta de dientes hacía de Don Quejoso un personaje difícil de encarar, sin embargo el niño no se inmutó. En lugar de asustarse como lo hacen los niños de su edad ante el rostro vetusto y recio de Don Quejoso el niño de gorra roja le devolvió una sonrisa chueca de incredulidad, y corrió hacia su nueva casa con la impaciencia de quien se encuentra ante un descubrimiento.

-¡jah! – exclamó Don Quejoso con voz baja, admirado por la situación recién experimentada. Luego, displicente, volvió la mirada hacia la mujer, quien presumiblemente era la madre del chiquillo. Y sonrió cambiándole completamente el rostro, esperando que la señora sintiera el mismo peso que la obligara a subir su mirada. Pero no fue así. El viejo colgó la sonrisa con la esperanza de relucirla en otra ocasión.

La mudanza siguió su curso y terminó cuando el sol se escondía tras el cerro. El chofer encendió su ruidoso camión, los cargadores subieron, y se despidieron de la señora quien tran un sonoro resoplido de cansancio cerró la puerta frontal de su nuevo hogar.

Don Quejoso no perdió detalle asomándose ocasionalmente por el balcón y notó que nunca, en ningún momento, se hizo mención de que alguien más viviera en esa casa. Sin embargo, eso no fue razón suficiente como para que el anciano pudiera imaginar que él tendría una oportunidad con ella, por supuesto. No era su intención acosar a esa mujer. Sólo se conformaba con tener un rostro atractivo frente a él cuando abriera la puerta de su casa y compartir un comentario pícaro pero inocente de vez en cuando. Sólo eso.

A la mañana siguiente, el viejo preparó una bolsa de pan, un frasco con jugo de naranja recién exprimido y tres manzanas y se dirigió hacia la puerta de su nueva vecina para darle la bienvenida. A pesar de la rudeza de Don Quejoso él siempre acostumbró dar la bienvenida a sus nuevos vecinos, no tanto por lo amable del gesto, sino para conocer un poco más de ellos y prevenirse en caso de que fuera necesario.

Tras tres toques de nudillo la puerta se abrió y el vaticinio de Don Quejoso se materializó: encontró un rostro amable frente su puerta. Con una sonrisa de luz de amanecer la señora saludó con un sonoro «hola!, buenos días». Don Quejoso sonrió también.

-Hola, buenos días. Vengo a traerle esta bolsa de pan y jugo. Sé que cambiarse de casa a veces es una monserga y no es fácil encontrar las cosas para preparar un desayuno.

-Ah! muchísimas gracias. -dijo ella extendiendo la mano- Mi nombre es Rosa.
-¡Rosa! ¡Que lindo nombre! Bienvenida al vecindario.
-Muchas gracias. Y mire, este es mi hijo Polo.

El niño asomó su cara y levantó la mano con un efusivo «hola».

Ese fue el momento en el que Don Quejoso y Polo se conocieron. Ese momento comenzaba un nuevo capítulo en la ya nutrida historia de la vida de Don Quejoso.

Don Quejoso y Polo compartieron muchos momentos juntos, aventuras increíbles. Polo pasaba tardes completas en la casa de Don Quejoso con la confianza plena de Rosa quien tenía que trabajar a veces hasta tarde. No es fácil dirigir una familia cuando sólo se cuenta con uno de los padres.

Parecía increíble que Polo -Polito, como él le decía- fuera inmune a los ácidos comentarios de Don Quejoso que le hicieran su fama tiempo atrás y que le dieron ese mote que él adoptó con gusto. Con tal de que no le buscaran buena cara con comentarios huecos o cotidianos.

Polito, a pesar de su corta edad, tenía un carácter bien definido y sabía bien lo que le gustaba y lo que no. Tenía una manera muy personal de ver la vida y no se detenía para expresarlo. Don Quejoso siempre encontraba alguna manera para molestar a Polito (como cuando le hacía comentarios lascivos con relación a su madre) y Polito también tenía sus propios recursos para molestar a Don Quejoso (como aparentar ignorar los comentarios del viejo). Siempre en contienda, pero siempre encontraban la manera de seguir conviviendo.

Don Quejoso y Polito escribieron muchas historias, y espero algún día podérselas contar. Como aquella vez, en la que Polito ayudó a Don Quejoso a llevar serenata a una muchacha que él conoció por Internet.


Respuestas

  1. Buuuu!!!, ese post yo lo vi en otro blog. Pinchi copión.


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